En 2022, para el 110° aniversario, el comunicador social y docente oriundo de Alcorta, Ariel Palacios, escribió este valioso artículo sobre un hecho que es necesario recordar y poner en valor cada 25 de junio.


Lo cierto es que cruzaron el mar. Hombres, mujeres y niños dejaron su Europa natal buscando un futuro de este lado del mapa. Para cientos, las posibilidades en el Viejo Continente parecían agotadas y el sur era una esperanza. Todo iba, o mejor, todo venía, viento en popa: el Estado argentino, primero, y algunas firmas privadas, después, tendrían éxito en estimular eso que a partir de los manuales escolares conoceríamos como “oleadas inmigratorias”.

Por acá, tierra de promesas, la gran promesa era la tierra. De su extensión ni qué hablar, pero el asunto era que la llanura pampeana -tan fértil ella- estaba en manos de unos pocos caballeros, y no sólo la llanura pampeana. Además, para dichos señores los enemigos de vincha o chiripá no significaban ya un peligro. La civilización se había impuesto sobre indios y gauchos con fuerza de ley o a punta de fusil, y con ella los títulos de propiedad y la consolidación de los terratenientes como actores protagónicos de un modelo que, entre fines del siglo XIX y principios del XX, sentaría las bases de una economía sujeta a la exportación de materias primas provenientes del campo. Convendría reparar en estos detalles.

Una vez que llegaron al puerto de Buenos Aires, aquellos “gringos” venidos de Italia y España, sobre todo de Italia y España, descargaron su equipaje y queda para la discusión cuándo y cómo empezaron a olfatear que la cosa no iba a ser fácil. Lo que no admite demasiada discusión es que la ilusión de “hacer la América” contrastaba con una América hecha a la medida de otros.

Muchos decidieron quedarse a pelearla en la ciudad capital del país o en zonas cercanas a la metrópoli, y muchos se amontonaron en los trenes buscando las estaciones del norte bonaerense, el sur santafesino, el sur cordobés y el norte de la provincia de La Pampa. Si a tantos los empujaban las ansias de trabajo y progreso, a otros tantos los empujaban cuestiones parecidas y algo más: ideologías, digamos, o experiencias políticas que llegado el momento iban a replicarse en las áreas rurales. Se habrá oído hablar de anarquistas y socialistas. Bueno, si se oyó -y si no se oyó, también- convendría reparar en estos detalles.

Por estos lares, ahora sí, los gringos tomaron dimensión concreta de lo que significaba la verdad verdadera, y la verdad verdadera era un sistema de tenencia y explotación de la tierra que giraba en torno a los latifundios: o sea, y como se dijo, a esas grandes porciones del llano que hacían las delicias de familias de apellido patricio, porciones divididas a su vez en parcelas luego dadas en alquiler o arriendo. Ocupar un lugar en esos casilleros fue el desvelo de los tanos y gallegos, y para ocuparlos debieron resignarse a poner el gancho en contratos que exigían la sangre, el sudor y la lágrima. Encima, la red comercial que iba de la venta de cereal a la provisión de ciertos enseres y alimentos terminaba de ajustar la soga que llevaban al cuello.

Así el derrotero, hasta que una sequía les aguó la paga. Ocurrió en 1911, y lo que siguió fue la suma y la resta de los factores arriba mencionados. Imaginemos: convenios injustos y a esa altura imposibles de ser cumplidos por parte de los arrendatarios; militantes políticos planteando la necesidad de organización en un punto y otro de los distritos y colonias; terratenientes y amanuenses endureciendo posiciones. Resultado: en las chacras de zonas como Firmat, Bigand, Bombal, Máximo Paz, Alcorta, por citar sólo algunas, se fue gestando la famosa protesta. O la primera gran huelga agraria de la que tengamos registro. Convendría reparar en estos detalles.

De este modo, el 25 de junio de 1912, en el local alcortense de la Sociedad Italiana, se declaró lo que mentamos como el “Grito”, un hecho que no determinó inmediatamente mejoras de fondo, pero que sí permitió abrir dos caminos: el de la reformulación de los contratos de arriendo, y el de la constitución de una entidad que aunó -al menos en parte- las demandas y expectativas de los chacareros: la Federación Agraria Argentina.

El después sigue dando yute para cortar: y que las luchas intestinas en el movimiento rural, y que los modos de intervención del Estado en el conflicto, y que una huelga que a lo largo de tres meses tuvo en vilo a buena parte del país, y que la violencia, y que los nombres más recordados, y que los que se perdieron en el olvido… y así.

Por lo pronto, transitamos un nuevo aniversario de todo aquello. Nos ha sido dada la pregunta para no morir de solemnidad, para no divorciar pasado y presente. Conocemos los signos de interrogación y están para usarse. Convendría reparar en estos detalles.

| Fuente/autor: Ariel Palacios (Comunicador social y profesor alcortense)

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