Gaia, nuestra Madre Tierra, tuvo en Norma Giarracca a una de sus más tenaces defensoras y cultoras. Esta incansable luchadora entendía a la naturaleza como algo vivo, palpitante, de cuyo cuidado dependía nuestro futuro como seres humanos. Decía con certeza: “El pensamiento crítico hoy no puede desconocer dos epistemologías fundamentales para el cambio de los paradigmas: la ecología política y el feminismo”. Humanismo y la defensa de lo circunvalante eran sus bellas banderas.
Nacida en 1945, año de divisoria de aguas en nuestra historia, estudió Sociología en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, donde comenzó su carrera docente, y también dio clases en la Facultad de Agronomía, donde era una rara avis. Fue durante la década de los setenta militante del Peronismo de Base, lo que le significó el exilio durante la dictadura cívico militar de 1976, junto a su compañero de vida, el economista Miguel Teubal. Con el advenimiento de la democracia se insertó en la Facultad de Ciencias Sociales, a la que contribuyó a crear, y donde será profesora de Sociología Rural.
Su amiga, la doctora Mirta A. Antonelli describe su tarea desde la cátedra universitaria: “Con energía centrípeta, desplegaría desde allí esa pasión que no la abandonaría: ‘la cuestión agraria’; los campesinos, la agricultura y las formas de vida de los territorios, la producción agraria y la reproducción social, la tierra y las semillas, los bienes comunes, la dignidad de los pueblos, los violentamientos sobre ellos, que no han cesado -y que ella no dejó de constatar-, así como, a partir de 2001-2002, el estudio de los movimientos sociales”.
Mi descubrimiento de esta intelectual comprometida fue su libro, escrito con colaboradores, La protesta social en la Argentina, Alianza Editorial, 2001, que encontré en la siempre munificente Biblioteca Popular Nosotros, de mi querida ciudad de Firmat, donde se sintetizan las experiencias de resistencia en nuestro país, fundamentalmente en la década menemista. Ahí afirma: “La protesta enfrenta a sujetos con pretensión de constituir colectivos, un ´nosotros y un otro´. Ese otro, generalmente, posee recursos que los primeros no tienen y que pueden usarlos para agraviarlos, violar derechos adquiridos o mejorar/reformar el hecho que dio origen a la protesta, etc. En tales situaciones (pueblos, indios enfrentados a grandes empresas como Techint; el MML y los bancos acreedores; los desocupados y el Ministerio de Trabajo, etc.), se constituye un espacio de interacción en el que no solo se enfrentan proyectos sino mundos sociales y culturales con profundas diferencias”.
Fue, con Miguel Teubal, una de las primeras intelectuales críticas con el modelo de agronegocios, defendiendo una agricultura de alimentos. El extractivismo sojero, desde su mirada, ponía en riesgo la soberanía y la seguridad alimentaria de la población nativa. Sostenía, con acierto, que si el modelo de agronegocios llegaba a colonizar todos los espacios agropecuarios, “estaremos en una situación muy difícil no solo en términos de soberanía alimentaria (derecho a elegir lo que necesitamos), sino también en el registro del mapa político de los que detentan el poder en la Argentina, vía concentración de tierra, capital y renta agraria”.
Era consciente de las dificultades de dejar el paradigma de los agronegocios, por su profunda inserción: “salir de esto también necesita una ingeniería tecnológica, política, social, para volver a la agricultura de alimentos, que no perjudique a los pequeños productores que entraron a la soja porque se les marcaba que esa era la única opción para no salir de la producción. Es más fácil salir de la minería que salir de la agricultura donde tenés actores argentinos territorializados que están en la producción y que no hay que confundir con Monsanto. Hay que salir del modelo extractivista, no se puede salir de la minería y no salir del agronegocio; es una incoherencia total”.
Este modelo suicida, que en poco tiempo está destruyendo lo que a la naturaleza le demandó millones de años, debe detenerse si queremos que las futuras generaciones no vean a nuestra Pampa Húmeda convertida en un desierto. El doctor en Ciencias Agrarias Nahuel Reussi Calvo, especialista en suelos e investigador del Conicet, nos alerta: “La falta de rotaciones con pasturas y la disminución de la frecuencia de gramíneas en la rotación, sumado al bajo uso de fertilizantes, han producido una notable disminución de los niveles de materia orgánica de los suelos de la región pampeana, y por lo tanto, hoy día solo existe el 50 % del nivel original de materia orgánica”. ¡50 % menos de materia orgánica! ¡Un verdadero ecocidio que debemos parar inmediatamente!
Norma Giarracca, que falleció el 7 de junio de 2015, consideraba como Rodolfo Walsh que: “Un intelectual que no comprende lo que pasa en su tiempo y en su país es una contradicción andante; y el que comprendiendo no actúa, tendrá un lugar en la antología del llanto, no en la historia viva de su tierra”. Pocas personas fueron tan consecuentes como ella en la defensa de las oprimidas y oprimidos de nuestra sociedad.
Por Gustavo Battistoni
(Historiador y escritor firmatense)