“Mami, no me escuchan”. Hace unos días, mi hija de seis años, me planteó esto al volver de la escuela. Tener un tono de voz más bajo, dificulta convivir con otras voces.

Las infancias están en pleno aprendizaje de ser con otros. En estos tiempos, nos resulta muy complejo como sociedad construir espacios de diálogo. Y esa enorme dificultad, de todos, impacta a la hora de acompañar a las infancias a construir su propia voz. ¿Cómo validar su decir sin tener que pisar las voces de otros?

Desde esta inquietud me nace hablar de la empatía, como un concepto fundamental que se aprende y se construye en relación con otros. Y que se torna indispensable a la hora de comunicarnos.

La empatía entendida como la capacidad de ponerse en el lugar del otro, se aprende en primera instancia por imitación. Para poder ponerse en los “zapatos del otro” es necesario que se hayan puesto en los nuestros.

Al empatizar creamos cercanía, comprendemos lo que el otro siente, lo reflejamos y validamos. Comprender no significa estar de acuerdo. Y ese es el gran aprendizaje, empatizar y dar lugar a aquel que hace, dice, piensa y siente diferente.

En palabras de la Psicóloga Martichu Seitún: “Es la empatía la que puede darnos esa sensación única, imprescindible en la vida y central en el apego de sentirnos sentidos por otro”.

Propongo repensar nuestro hacer cotidiano, teniendo en cuenta al otro, antes de hacer, antes de decir. No solo para poder ser imitados por las infancias, sino para que puedan identificarse con las personas que escuchan, sostienen y acompañan. Partiendo de las infinitas singularidades, para encontrarnos en el anhelo común de ser escuchados, ese que hace que todos podamos SER en colectivo.

Por María Luz Iocco
(Profesora de Expresión Corporal)

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