
En la ciencia actual, el lobo no es la mentira, sino la banalidad disfrazada de revelación. Medios y laboratorios, ávidos de atención, transforman fenómenos astronómicos rutinarios en ‘eventos únicos’, mientras descubrimientos genuinos se pierden en el ruido.
En la ciencia contemporánea, particularmente en su divulgación mediática en temas astronómicos, vemos casi a diario un aluvión de noticias técnicamente ciertas, pero profundamente irrelevantes, que secuestran la atención pública y trivializan el verdadero descubrimiento. En este contexto, el lobo del cuento no es la falsedad, sino la banalidad disfrazada de relevancia.
Vivimos en la era de la sobreinformación científica. Cada semana, medios y redes sociales nos bombardean con titulares del tipo “La Luna se teñirá de rojo este sábado”, “Marte estará tan cerca que podrás verlo a simple vista”, o “Alineación planetaria: un evento único”. Son noticias reales, sí, pero carentes de sustancia. La luna se sonroja frecuentemente en cada eclipse; Marte casi siempre es visible; y las alineaciones planetarias son fenómenos predecibles y frecuentes, carentes de relevancia. Su cobertura sensacionalista no educa, no inspira, no transforma: solo entretiene fugazmente. Además se las comparte como si estos eventos fueran de un único día, cuando en realidad son visibles durante largos periodos de tiempo.

El problema no es que estos eventos existan, sino que su exageración mediática achica el espacio que deberían ocupar hallazgos genuinamente revolucionarios. En 2020, por ejemplo, ocurrió una impresionante conjunción entre Júpiter y Saturno, un acercamiento terriblemente estrecho entre ambos planetas que casi pasó desapercibido por la prensa.
¿Por qué ocurre esto? La respuesta es dual. Por un lado, los medios priorizan el “engagement” sobre la pedagogía. Un titular como “La Luna de sangre que traerá el apocalipsis” genera más clics que “Nuevo modelo sugiere ajustes en la constante de Hubble”. Pero hay otro culpable menos evidente: la propia comunidad científica. En un sistema donde la financiación depende de la visibilidad, laboratorios y agencias espaciales caen en la tentación de la viralización. Se empaquetan hallazgos preliminares como “revolucionarios”, se organizan ruedas de prensa por cada exoplaneta “potencialmente habitable” (aunque es-té a 1.000 años luz), y se promocionan imágenes telescópicas con filtros artísticos como si fueran ventanas literales al cosmos.

El resultado es una infantilización del público. Si todo es “histórico”, nada lo es. Si cada semana hay un “evento único en la vida”, la audiencia aprende a desconfiar… o a aburrirse. Cuando llega el lobo auténtico —un indicio real de vida extraterrestre, la detección de ondas gravitacionales, un avance médico derivado de investigación básica—, ya nadie presta atención.
La próxima vez que un titular anuncie “La Luna más grande del siglo”, recordemos al lobo. Y en vez de correr a mirar, quizá convenga preguntar: ¿Qué hay realmente ahí fuera que merece mi asombro?

Por Bernardo Bazet Lyonnet
(Lic. en Biotecnología)