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José Hernández y la Justicia Histórica

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10 de noviembre: Día de la Tradición

José Hernández fue una figura política extraordinaria, expresión de un liberalismo nacional alejado de las ideas liberticidas hoy en boga. En el periódico Río de la Plata, fue el primer periodista de nuestro país que habló desde el punto de vista social de los oprimidos, y  en su inmortal poema, fue el primero que caviló sobre la proletarización de los gauchos. Se proletarizaron, dice Martín Fierro, adelantándose en decenios a lo que afirmarán los reformistas de nuestro país. Debe el gaucho tener casa, escuela, iglesia y derechos, cantó claro para que lo entiendan bien.

Dentro de las notables páginas de su abundante obra, resalta su denuncia por el vil asesinato de uno de los hombres más consecuentes de nuestra historia. Al escribir la Vida del Chacho sobre Ángel Vicente Peñaloza, no solo se propuso redactar una biografía, sino llevar a cabo un acto de justicia. Sus ideas giran en torno a reivindicar la figura del caudillo riojano, contrastando la verdad de su carácter noble, con las calumnias difundidas por sus enemigos.

 Publicado en El Argentino, de Paraná, y luego impreso como folleto en 1865, bajo el título de Vida del Chacho, este trabajo es un proceso acusatorio contra la oligarquía bonaerense que no elude la responsabilidad de Urquiza en el hecho: “Los salvajes unitarios están de fiesta. Celebran en estos momentos la muerte de uno de los caudillos más prestigiosos, más generosos y valientes que ha tenido la República Argentina. El Partido Federal tiene un nuevo mártir. El Partido Unitario tiene un crimen más que escribir en la página de sus horrendos crímenes. El General Peñaloza ha sido degollado. El hombre ennoblecido por su inagotable patriotismo, fuerte por la santidad de su causa, el Viriato argentino, ante cuyo prestigio se estrellaban las huestes conquistadoras, acaba de ser cosido a puñaladas en su propio lecho, y su cabeza ha sido conducida como prueba del buen asesino, al bárbaro Sarmiento. El partido que invoca la ilustración, la decencia, el progreso, acaba con sus enemigos cosiéndolos a puñaladas”. Domingo Faustino  Sarmiento consideraba su libro El Chacho, último caudillo de la Montonera de los Llanos, como una continuación del Facundo, elogiando como se había aniquilado a la última montonera mediante una Guerra de Policía. Los hechos son incontrastables.

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Hernández asumió la tarea de dar a conocer la historia de este patriota infortunado impulsado únicamente por el sentimiento de justicia. Sabía que su esfuerzo le acarrearía el insulto y la calumnia de los enemigos de Peñaloza. A pesar de esto, afirma que su deber de justicia está por encima de cualquier consideración odiosa. El folleto de José Hernández es la contrapartida del Facundo de Sarmiento, en la que nos muestra la verdadera fisonomía de Peñaloza. Mientras sus enemigos lo pintaron como el “tipo de la ferocidad y la encarnación del crimen”, el notable Vate nos afirma que era “menos brillante que muchos, pero más humano que todos”.

 Era un héroe sencillo y modesto. Un alma inspirada “solo en el bien de los demás”, con un corazón que “no conocen jamás el odio, el rencor, la venganza ni el miedo”. Lamentaba el autor del Martín Fierro que si sus adversarios hubieran tenido “un átomo siquiera de los generosos sentimientos que él atesoraba en su alma, no habrían sido jamás tan injustos y tan crueles con él”.

Con gran sentido histórico, el gran poeta  identifica el golpe de Lavalle en Buenos Aires en 1828, que resultó en la caída y fusilamiento del Gobernador Dorrego, como el tronco genealógico de todas las desgracias, que afligieron a la patria. Peñaloza, cuya muerte se considera la última de esa nueva era de guerra civil, es visto como una víctima final de ese ciclo sangriento.

Señala que la muerte de Peñaloza fue alevosa, y que el apodo Chacho será la eterna pesadilla de aquellos que cargaron con la odiosa responsabilidad de su asesinato. Una idea fundamental que Hernández desarrolla para glorificar a Peñaloza es el contraste entre su conducta pacifica y la crueldad de sus enemigos, especialmente al final de su vida.

 El caudillo era conocido por su arrojo e intrepidez. Su valor le valió ascensos, como el de Teniente Coronel en el mismo campo de batalla de La Ciudadela, tras una hazaña heroica con su lazo y un cañón enemigo. La idea de la injusticia se sella con el relato de la muerte de Peñaloza: fue pasado por las armas y su cabeza fue puesta sobre un palo. Su esposa, quien demostró valentía salvándolo en la batalla de Manantiales, fue encarcelada en San Juan, “engrillada y obligada á salir con sus cadenas, mezclada con otros presos a barrer las plazas públicas”.

José Hernández, verdadero federalista, enemigo de Juan Manuel de Rosas y de Domingo Faustino Sarmiento, utilizó su biografía sobre el Chacho no solo para narrar los cuarenta años de guerra civil, sino también para erigir un monumento moral a Ángel Vicente  Peñaloza, presentándolo como el ideal del caudillo federal: valiente, honorable y profundamente humano, en contraste directo con la crueldad política y la barbarie militar de sus verdugos.

Por Gustavo Battistoni
(Historiador y escritor firmatense)

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