
A principios de diciembre estuve en la pujante ciudad de Rafaela dando una charla sobre la historia de la Invencible provincia de Santa Fe. Ese día el amigo Norberto Coppes, me propuso conocer la bellísima-y remozada- Sociedad Italiana de Humberto Primo, y la biblioteca Mariano Moreno de esa localidad, que cuenta con una admirable colección de libros y documentos.
Después de mostrarme esa biblioteca, que es un lugar apetecible para cualquier bibliómano, Norberto me planteó conocer la localidad de Moisés Ville, que queda a unos pocos kilómetros de Humberto Primo, y que siempre fue, uno de los lugares de la provincia que más he querido conocer desde mis lecturas de adolescencia.

Mi amistad en Rosario con un amigo de mis tiempos universitarios de esa localidad del departamento San Cristóbal, Jorge Iacobshon -no sé por dónde andará- , la bella película de Antonio Ottone y Daniel Barone, Un amor en Moisés Ville, y mi inveterada admiración por Alberto Gerchunoff, eran un acicate desde hace mucho tiempo para conocer esa localidad.
Ciento treinta familias oriundas de la región ucraniana de Podolia, a mediados de 1889, emigraron de la reaccionaria Rusia zarista, para establecerse como agricultores, dando nacimiento a esa localidad, también conocida como la Jerusalén argentina.

A pesar de que la comunidad judía hogaño es relativamente pequeña entre los 2.500 habitantes, hay una estructura histórica y cultural que es impresionante. Tres sinagogas, una de ellas declarada Monumento Histórico Nacional; dos bibliotecas; un teatro con 400 butacas; dos escuelas superiores judaicas y un museo muy concurrido. También tiene el primer cementerio judío de la Argentina, con tumbas de roca y con lápidas en hebreo, que han resistido el inexorable paso del tiempo.
En mi breve visita, pensaba mientras recorría el pueblo, con su particular composición de las calles, al contemplar las sinagogas, observar las maravillosas bibliotecas, los antiguos colegios, etc., que la Invencible es una tierra de promisión. Una comunidad absolutamente integrada, donde aquellos inmigrantes vinieron a construir una sociedad distinta, a colaborar en este maravilloso lugar en que nos toca vivir.

Javier Sinay, en su libro, Los crímenes de Moisés Ville, nos narra con mano maestra los primeros conflictos en la primera época de la instalación de la Colonia, entre criollos e inmigrantes, que con el tiempo pasaron a ser relaciones amistosas, como bien pude comprobar. Alberto Gerchunoff, en su libro Los Gauchos Judíos, recrea en su relato La Muerte del Rabí Abraham, el asesinato de su propio padre, a manos de un gaucho. A pesar de que la obra está ambientada en la provincia de Entre Ríos, es indudable que la vida de la primera colonia judía del país está omnipresente en el inmarcesible escrito.
Cuando uno contrasta la vida cotidiana, la de todos los días que hacen a la grandeza provincial, con el absurdo odio que muchas veces circula en las redes sociales, se da cuenta de que la realidad tiene matices más ricos que las opiniones sesgadas e irrelevantes. Siente al estar en estos lugares, como en otros rincones de la provincia, que somos una comunidad de criollos, de inmigrantes, de pueblos pre-existentes, con una riqueza cultural e histórica notable, y que no debemos entrar en discusiones ancestrales, que no tienen nada que ver con ese proyecto de país, que invitó a todos los hombres y mujeres del mundo, a colaborar en esta enorme empresa colectiva que es nuestra querida provincia.

Hacía mucho que no sentía una emoción tan profunda como la que me embargó hablando con el “gaucho judío” Boris Singer, en la entrañable Moisés Ville. Gracias Santa Fe por ser tan diversa y hermosa.

Por Gustavo Battistoni
(Historiador y escritor firmatense)







