En un mundo inundado de teorías alternativas, desde la Tierra plana hasta el negacionismo de los dinosaurios, surge una pregunta legítima pero profunda: ¿Por qué deberíamos confiar en la versión científica del mundo, si muchas veces no fuimos testigos directos de sus afirmaciones? En este artículo exploro las razones sólidas que sostienen la credibilidad de la ciencia frente a las teorías conspirativas.
La pregunta que titula este artículo es fundamental y refleja una sana dosis de escepticismo, algo que, irónicamente, es el corazón mismo de la ciencia. Es cierto: la mayoría de nosotros nunca vimos directamente la curvatura de la Tierra desde el espacio (ni hicimos ningún experimento con sombras, como Erastótenes), tampoco presenciamos el alunizaje del Apolo 11, ni chequeamos personalmente el desarrollo de cada vacuna. Confiamos en relatos, imágenes, datos y las conclusiones de otros, igual que como hace alguien que cree en teorías conspirativas. Entonces, ¿por qué depositar nuestra confianza en la “versión oficial” científica y no en teorías que prometen revelar “la verdad oculta”? Creo que la respuesta no reside en la fe ciega, sino en la robustez de un sistema de conocimiento único, basado en evidencias y sometido a un riguroso escrutinio.
La ciencia se distingue por ser un proceso profundamente autocorrectivo y abierto. A diferencia de las teorías conspirativas, que suelen ser rígidas y desestimar cualquier evidencia contraria como parte de la supuesta conspiración, el método científico exige que los hallazgos sean verificados independientemente por otros investigadores (revisión por pares y replicación). Los errores se corrigen con el tiempo; las conspiraciones carecen de este mecanismo esencial de mejora.

El consenso científico no es un dogma impuesto, sino el resultado de una acumulación abrumadora de evidencias, recopiladas y validadas por miles de investigadores independientes a lo largo del tiempo. ¿Realmente pensamos que esos miles de investigadores se pusieron de acuerdo para hacernos creer algo falso? Sostener una conspiración global implicaría un nivel de secreto y coordinación entre miles o millones de personas que la psicología social y la historia demuestran ser insostenible. Las teorías alternativas, en cambio, suelen apoyarse en anécdotas, datos fuera de contexto o afirmaciones sin la masa crítica de pruebas reproducibles.
Confiar en la ciencia no es una fe ciega en una “versión oficial”. Es un acto de confianza razonada en un proceso colectivo, transparente, rigurosamente crítico y extraordinariamente exitoso para explicar el mundo y transformarlo.

La invitación no es a creer ciegamente, sino a comprender cómo funciona la ciencia y por qué sus conclusiones merecen nuestra confianza crítica.

Por Bernardo Bazet Lyonnet
(Lic. en Biotecnología)