En el marco del Día Internacional de la Danza, la profesora Alejandra Bustos describe en primera persona su vínculo con el baile e invita a reflexionar sobre la importancia del arte y la necesidad de que se la reconozca como un trabajo.


Cada 29 de abril, celebramos el Día Internacional de la Danza, una fecha que me invita a reflexionar sobre el poder transformador de este arte en mi vida. Cuando era pequeña, enfrenté una infección en el oído que me obligó a aprender a escuchar de una manera diferente. En ese momento, el médico recomendó a mi madre que me llevara a una actividad donde pudiera percibir el sonido y ejecutar una acción. De alguna manera había que enseñarle a mi oído a percibir el sonido, por miedo a que haya quedado algún daño posterior a mis infecciones. Podría haber sido cualquier otra actividad la elección de mi familia: un instrumento musical o alguna otra rama del arte. Sin embargo, mi mamá eligió llevarme a clases de danza, “a lo de Sonia”. Sin saberlo, estaba marcando el destino de mi vida para siempre.

No sé si los padres son conscientes del impacto que tiene cada decisión en la vida de sus hijos al iniciar una actividad. Pero lo que sí sé es que la danza se convirtió en una herramienta única para mi vida, quizás incluso la llave de mi felicidad, como el regalo más hermoso que me dio mi mamá. La cual también acompañó de por vida mi sueño.

Con los años, pasé por diferentes espacios y maestros que dejaron huellas imborrables en mi camino. En Amanecer, Fer fue mi segunda maestra de danza. Su belleza y su forma de bailar tango despertaron en mí una admiración profunda. Más tarde, me fui a Rosario en buscar de una formación universitaria, con todo el esfuerzo de mi familia (que fue mucha) comencé la carrera de ingeniería industrial y en el camino me di cuenta que no era lo mío. Casi infarte a mi papá y me fui a estudiar Danza Folklórica en el Instituto Isabel Taboga en Rosario, una educación pública y de calidad que enriqueció mi formación y me dio el primer título terciario. No solo a mi sino a mi familia. Siendo yo una de las pocas que pudo acceder a ese tipo de educación. Fue allí donde me cruzé con Ana Inés, con su pasión y dedicación, me llevó al Ballet Municipal de Firmat, dirigido por Mariano Luraschi. Otro gran maestro que transforma e inspira, el siempre me impulsó a seguir mis sueños.

Fernando Vera y Alejandra Bustos bailando para la Delegación de Santa Fe en Cosquín 2022

Sin embargo, el camino de la danza no estuvo exento de desafíos. Aprendí a enfrentar los “no”, a fracasar y frustrarme. Comprendí que nada sucede de la noche a la mañana; es el esfuerzo constante lo que abre las puertas a oportunidades únicas para mostrar nuestro arte. Ese escenario soñado, ese lugar que ha acogido a innumerables artistas y ha sentido todas las emociones del mundo a través de la música y la danza, finalmente llegó a mi vida. Una oportunidad que me cambió y cambió la vida de muchas y muchos. Porque eso también me enseñó la danza, la danza más linda es con otros y para otros. Esa oportunidad fue así de hermosa porque la pude compartir.

Cuando estuve allí, comprendí que la vida es hermosa y que no importa cuántas veces caigamos; el premio llega. Pero no es cuestión de suerte; es trabajo arduo, pasión desbordante, convicción inquebrantable y amor sincero por lo que hacemos. La danza me ha dado todo: educación, disciplina, perseverancia, paciencia, destreza y creatividad.

Además, me ha regalado amigos entrañables, una familia elegida y momentos únicos e inolvidables. Llegó a mi vida “Andanzas” y Renzo, mi gran maestro, después de haberme preparado con amor y constancia decide darme un espacio a su lado para conducir un barco lleno de cuerpos. Inexplicable responsabilidad. Una incomodidad hermosa que hizo que mi vida cambiará para siempre. Cada paso bailado representa un sueño cumplido y también algunos olvidables. La danza ha sido más que una actividad; ha sido una forma de vida.

En este Día Internacional de la Danza, celebro no solo mis logros sino también todo lo que he aprendido en este viaje: la importancia del sacrificio, del esfuerzo compartido y del amor por lo que hacemos. La danza trasciende; nos une en emociones profundas y nos enseña lecciones valiosas sobre la vida misma.

Así que hoy invito a todos a reflexionar sobre este arte maravilloso y a recordar cómo nos transforma y nos conecta con nosotros mismos y con los demás. En este Día Internacional de la Danza, no solo es un momento para mirar hacia atrás en nuestros logros, sino también para contemplar el camino que aún queda por recorrer. La danza es un espejo de nuestras luchas y victorias, una forma de resistencia ante el caos que nos rodea.

Es fundamental preguntarnos: ¿Cuánto falta? ¿Cuándo será el día en que la danza sea reconocida como un trabajo serio y valioso? Es esencial que quienes toman decisiones (gobiernos nacionales, provinciales y municipales) comprendan que detrás de cada artista hay un esfuerzo inmenso, dedicación y amor. Es por eso que cuando nos convoquen tengan en cuenta que somos trabajadores del arte y nos reconozcan como tales. Y no como “rellenos de una grilla artística”.

Anhelo el día en que podamos decir “feliz día de la danza” con orgullo, respaldados por una ley nacional que reconozca su importancia, así como una ley santafesina que apoye a nuestros artistas. El camino puede ser largo, pero hemos aprendido a no rendirnos nunca.

Que este día nos inspire a seguir luchando por el reconocimiento de nuestra pasión y a valorar todo lo que la danza nos ha enseñado sobre la vida misma.

| Por Alejandra Bustos

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