Hace tiempo vengo sintiendo algo que me cuesta callar. Porque lo veo, lo escucho, lo palpo. Y como profesor, entrenador, como alguien que ama el deporte y lo cree una herramienta poderosa de transformación, me toca decirlo: ¿qué estamos haciendo?

Nos estamos olvidando como sociedad de lo más importante: el proceso de las cosas. Hoy hablo de ese trayecto largo, lleno de errores, aprendizajes, vínculos, crecimiento. Lo estamos apurando, saltando etapas, exigiendo resultados en edades donde lo que debería importar es disfrutar, equivocarse y crecer.

Cada vez más seguido me encuentro con anécdotas que no suman, que no enriquecen. Entrenadores que se vuelven pedantes, agresivos o apáticos con los rivales, con el público, los árbitros y hasta con su propio equipo. Me pregunto ¿Por qué? ¿Por falta de formación? ¿Por inseguridad? ¿Por historias personales? ¿Por presión externa? Mi propia respuesta: probablemente todo eso junto. Pero lo cierto es que algunos solo se sienten validados si ganan un campeonato. Si no hay podio, no hay respaldo. Y ahí está el problema: estamos usando el resultado como único termómetro de éxito.

En escuelitas, infantiles y juveniles, el marcador no puede ser el centro. Hay que entrenar con disciplina, con límites y con objetivos, sí. Pero también con empatía, con amor, con una mirada consciente puesta en el otro. Porque el rival no es el enemigo. Es parte del juego y del aprendizaje. Y si enfrente hay un equipo más débil, ¿no me toca a mí como formador generar una experiencia que también sea transformadora para ellos?

No digo que se pierda a propósito. Digo que se juegue con ética. Que se compita con humanidad. Que se eduque incluso en el momento de ganar. Porque se debe enseñar y formar también cuando se gana. Y todo esto debe ser tenido en cuenta, ya que si del otro lado hay chicos que van sintiéndose humillados o fuera de lugar, algo está fallando.

Y ojo que hago salvedades. Está claro que en selecciones o competencias definitorias el resultado importa. Lo entiendo. Pero incluso allí, el proceso debe ser tenido en cuenta. No hay resultados consistentes sin trayectorias sólidas.

La propuesta de desarrollo a largo plazo de atletas (LTAD), creada por Itsvan Balyi, nos recuerda esto: respetar etapas, entrenar lo adecuado según la edad, formar con criterio. Por eso resulta fundamental que las categorías formativas estén a cargo de entrenadores capacitados, empáticos y actualizados. No cualquiera puede, ni debe, ocupar esos lugares.

También veo, con tristeza, cómo muchas familias están cada vez más desconectadas de las actividades de sus hijos. Como si el club fuera una guardería y los pibes y pibas tratados, como dice mi hermano, unos “pongo”. ¿Dónde lo pongo?… ¿A qué hora lo retiro? ¿Qué necesita? No sé, que se encargue el profe. Es así, a mi parecer, como vamos perdiendo la chance de construir desde el deporte un espacio de encuentro, conversación y presencia real.

Como Coach titulado debo nombrar que es imprescindible la escucha activa, de generar acuerdos, de estar disponibles. Pero déjenme decirles que no hace falta ser coach para eso. Basta con tener ganas, con preguntar a nuestros chicos cómo se sintieron, qué aprendieron, qué les gustó de la clase o el partido en este caso. Pequeñas preguntas que abren mundos.

Estamos a tiempo. Tengo fe ciega de que todavía estamos a tiempo de recuperar el deporte como un espacio de formación integral. Un lugar donde se entrena el cuerpo, sí, pero también la cabeza, las emociones, los vínculos. Donde aprender a perder y a ganar es tan importante como mejorar un pase, saltar más alto o meter un gol.

No dramatizo. No señalo. Solo propongo revisar. Qué lugar le damos al resultado, qué vínculo tenemos con nuestros jugadores, qué modelo estamos siendo. Porque si ganar lo nubla todo, quizás estemos perdiendo más de lo que creemos.

Mi nombre es Juan Andrés García y soy alguien que todavía cree que el deporte puede ser mucho más que un resultado.

Por Juan Andrés García
(Profesor Nacional de Educación Física)

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