Hoy les cuento cómo Galileo Galilei, sin saberlo, observó a Neptuno, mucho antes de que se imaginara su existencia. Una historia en la que el azar y la ciencia se encontraron para revelar un secreto del universo.
El planeta Neptuno queda lejos. Muy lejos. Está 30 veces más lejos del Sol de lo que estamos nosotros en la Tierra. Como consecuencia, a pesar de que es un planeta grande, es imposible verlo a simple vista y muy difícil verlo con telescopios.
En mi carrera universitaria tuve la materia epistemología y ahí me explicaron que el caótico descubrimiento de Neptuno es un ejemplo emblemático de cómo las teorías científicas se “protegen” a sí mismas cuando parecen fallar.

La teoría de la gravitación de Isaac Newton, desarrollada allá por el 1600, se usó para predecir la órbita del planeta más lejano conocido hasta el momento: Urano. Sin embargo, allá por 1840 (o sea 200 años después de la teoría de la gravitación de Newton) las observaciones mostraron discrepancias con lo que la teoría predecía. Si usásemos la versión de la filosofía de la ciencia del falsacionismo de Popper, la comunidad científica habría tenido que tirar por la borda toda la teoría Newtoniana, ya que según esta postura, basta un solo ejemplo de que la teoría no se cumple para decir que es falsa.
En lugar de descartar la validez del marco newtoniano, la comunidad científica optó por mantenerlo, proponiendo que debía existir un planeta desconocido cuya gravedad alterara la órbita de Urano.

A este misterioso cuerpo celeste (que nunca se había observado) se le dio el nombre de Neptuno. Utilizando los principios de Newton, los astrónomos realizaron cálculos precisos para determinar la posición del nuevo planeta. Con gran asombro, al dirigir los telescopios hacia ese sector del cielo, ¡se encontró Neptuno! Este hallazgo no solo fue una confirmación rotunda de la teoría de la gravitación, sino que marcó la única ocasión en la historia en la que un planeta fue predicho teóricamente antes de ser observado directamente.
Pero la historia es aún más intrigante. Aunque Neptuno fue “descubierto” mediante cálculos… ya había sido observado casi 200 años antes sin que nadie se diera cuenta de su verdadera identidad. Esta curiosa anécdota se remonta a Galileo Galilei, el pionero del uso del telescopio en la astronomía. Entre 1612 y 1613, mientras estudiaba los movimientos de Júpiter y sus cuatro lunas, ocurrió una extraordinaria coincidencia: desde la perspectiva de la Tierra, Neptuno se posicionó justo detrás de Júpiter. En el telescopio de Galileo, el planeta se mostraba como una tenue estrella, sin rasgos distintivos que le llamaran la atención.

Galileo registró esa luz en sus cuadernos pensando que se trataba de una estrella común. Nadie prestó mayor atención a este dato, y la anotación quedó olvidada durante más de 400 años. Fue recién en 1997, al reexaminar los cuadernos del maestro, cuando los estudiosos descubrieron que aquella modesta “estrella” correspondía en realidad a Neptuno. Así, se confirmó que Galileo había observado al planeta sin saberlo, mucho antes de que la predicción basada en las irregularidades de Urano lo pusiera en el mapa de la astronomía.
Galileo hizo numerosos descubrimientos, pero si hay algo que no hizo, fue descubrir un planeta. Esta revelación no solo resalta la precisión de sus observaciones, sino que también ilustra cómo, en la ciencia, las casualidades y los errores aparentemente pueden esconder tesoros de conocimiento. Hoy, gracias a softwares de astronomía como Stellarium (que cualquier usuario puede descargar gratis en su celular), es posible situarse en la Florencia de enero de 1613 y, haciendo zoom en Júpiter como lo hacía Galileo, ver cómo Neptuno se oculta discretamente detrás, esperando a ser reconocido.
Esta historia, rica en ironía y asombro, invita a reflexionar sobre el progreso científico. Nos recuerda que incluso lo que parece un error o un detalle insignificante puede, con el tiempo, revelar verdades fundamentales sobre nuestro universo. Y también invita a la siguiente reflexión: No se puede modificar el pasado; pero de alguna manera extraña el pasado cambia cuando cambiamos nuestra concepción sobre él. Durante 400 años, Galileo observó una estrella detrás de Júpiter. Hoy, eso ya no es una estrella, es Neptuno.


Por Bernardo Bazet Lyonnet
(Lic. en Biotecnología)