Paradójicamente, justo en el año en que la democracia de nuestro país celebra 40 años de vida ininterrumpida, algunos malintencionados quieren embarrar la cancha y desacreditar varios de los galardones que hacen que Argentina sea mirada con respeto por el mundo entero.

Obvio que no hablo del Mundial de Fútbol ganado por tercera vez en 2022, tampoco aludo a otras glorias deportivas de los últimos 20 años, hablo de la política de derechos humanos cimentada a lo largo de las últimas cuatro décadas, hablo de la educación y la salud pública -que de hecho anteceden a las mencionadas cuatro décadas democráticas-, hablo de muchos otros derechos ganados en democracia que reconocen a las mujeres, a los niños y a las comunidades diversas.

Es público y notorio que todo este proceso no fue, no es, un cuento de hadas, es cierto que hay contradicciones, luchas, injusticias, deudas, pero eso no desvaloriza lo conseguido, no da lugar a que algunos quieran “romper todo”. En todo caso, obliga a levantar las banderas de los derechos y exigir que no sean letra muerta, que sean acciones cotidianas que dignifiquen los días de los habitantes del suelo argentino.

Desde el proceso de enjuiciamiento a los ejecutores del terrorismo de Estado en adelante, Argentina ganó visibilidad y reconocimiento internacional por las acciones que a lo largo del tiempo fue realizando en materia de derechos humanos. Las cuales siempre tuvieron el aval de los tres poderes del Estado (Ejecutivo, Legislativo y Judicial) y el acompañamiento mayoritario de las instituciones y de la sociedad civil.

En este marco, es importante decirles a las nuevas generaciones y a los desmemoriados que la política de derechos humanos, ni ninguno de los derechos adquiridos hasta hoy, son “un curro”. Al contrario, son acuerdos sociales, es la victoria más genuina que logró nuestro país mediante sus representantes e instituciones, que un día se miraron al espejo, hicieron memoria e impartieron justicia.

También es necesario recordar que los derechos ganados y adquiridos no son patrimonio de un partido político ni de un sector partidario. Es cierto que en determinado momento un partido, en ejercicio del poder, pudo materializarlos, pero también es cierto que necesitó el aval de otros partidos, de otras instituciones y, fundamentalmente, del pueblo.

Concretamente y para ser bien claro, los derechos humanos no son propiedad del kirchnerismo que recién empezó a gobernar y se constituyó en el Siglo XXI. Son mucho más que eso, le pertenecen a muchas personas, a muchos partidos, a muchos dirigentes, estudiantes, trabajadores, amas de casa, que desde su lugar hicieron, en mayor o menor medida, su aporte, le pertenecen a las Madres y a la Abuelas, al presidente Alfonsín, al fiscal Strassera y a muchos más. En definitiva, le pertenecen a los argentinos y argentinas que a fuerza de vivir el horror de las dictaduras aprendieron que la democracia tiene mil falencias, pero también tiene mil oportunidades.

Por Mariano Carreras

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