Pensemos en lo siguiente: “Lo que define el parentesco que tienen dos personas cualesquiera entre sí es específicamente cuántas generaciones atrás vivió el ancestro que tienen en común.” Así, dos hermanos tienen en común la madre, que es 1 generación atrás. Dos primos tienen en común un abuelo (2 generaciones atrás). Dos primos segundos, tienen en común un bisabuelo (3 generaciones atrás), y así sucesivamente.

Aunque no está incorporado al lenguaje cotidiano, en genealogía se habla con frecuencia de “primos cuartos” o “primos quintos” o incluso más lejanos. Podemos entonces decir con confianza que las personas que son mis “primos duodécimos” son todas aquellas personas que posean, 13 generaciones atrás, un ancestro en común conmigo.

Siguiendo esta línea de razonamiento y como ya se sabe que ninguna línea evolutiva del ser humano vivió aislada del resto, podemos aclamar lo siguiente: Cualquier persona en el mundo es mi pri-mo en alguna medida, solo restaría conocer cuántas generaciones atrás vivió el ancestro en común entre esa persona y yo.

O dicho de otra manera: Absolutamente todas las personas del planeta tenemos un único ancestro en común. Existió en algún momento una persona cuya descendencia dio lugar a todas y cada una de las personas actuales.

Esto que estoy diciendo se conoce como “ancestro común más reciente” y parece muy loco pero existen varios estudios que pueden definir con bastante precisión cuándo y dónde vivió esa persona. Por línea materna, a esa madre absoluta de toda la humanidad se la nombra simbólicamente como Eva mitocondrial. Según numerosos estudios, la mujer cuya descendencia hoy en día somos todos nosotros vivió hace aproximadamente 200.000 años en el este de África. Esta información se obtuvo a partir del ADN que todos nosotros poseemos en las mitocondrias de nuestras células, que a diferencia del ADN nuclear, se obtiene a partir de la madre únicamente, y no de ambos padres. Su legado genético, conservado en las mitocondrias de nuestras células, nos conecta a todos como descendientes directos de esta ancestral madre.

Podemos decir varias cosas acerca de la madre de toda la humanidad: con toda seguridad, esta persona tuvo al menos dos hijas mujeres cuya descendencia llega viva hasta hoy en día. Si hubiera tenido una sola hija, entonces la “Eva mitocondrial” habría sido su hija y no ella (ya que sería el ancestro común más reciente).

A diferencia de lo que su nombre nos invita a imaginar, Eva no estaba sola en el mundo, sino que ella misma era parte de una población de seres humanos. Ahora bien, esto nos lleva a realizar la siguiente reflexión: si fuéramos capaces de viajar en el tiempo y visitar esa comunidad, nos encontraríamos con una realidad curiosa, que es que de toda la población mundial de ese momento, nosotros descendemos de solo una sola persona, Eva. Todas las demás personas de aquel tiempo, su descendencia se fue perdiendo en el tiempo y ya no queda nadie. O sea, que si uno preguntara a esas personas, habría dos posibilidades: o bien es el ancestro de toda la humanidad, o bien no lo es de ninguna persona. Obviamente si viajáramos más atrás en el tiempo se daría la misma peculiaridad.

Me pregunto qué tan diferente sería la realidad que vivimos hoy en día si en vez de que toda la humanidad descendiera de Eva, simplemente descendiera de la mujer que dormía a unos metros de ella. ¿Habría sido radicalmente diferente nuestra vida o más bien hubiéramos evolucionado social y culturalmente de manera parecida? Por otro lado, esto nos invita a pensar de cara al futuro: Cada uno de nosotros somos potenciales “Evas” y tal vez somos (obviamente sin saberlo aún) el ancestro común que tendrá toda la humanidad del futuro. ¿Quién de nosotros llevará esa coronita? No lo sabemos, ni lo sabremos.

Recomendación de un libro de divulgación científica

Hace unos años, un periodista/divulgador científico de Mar del Plata compartió una reflexión interesante en redes sociales. Mientras exploraba el museo-casa de la escritora Victoria Ocampo, conocida por su vasta biblioteca y su erudición, el periodista se sorprendió al no encontrar libros de ciencia entre sus estanterías. Esta experiencia lo llevó a cuestionar públicamente la percepción general de la cultura, señalando que para muchos, la “cultura” se asocia más con la literatura, el teatro o el cine que con la ciencia; y destacó que, paradójicamente, muchas personas se enorgullecen de su ignorancia en ciencia, algo que difícilmente harían con otras áreas del conocimien-to. Ser considerado culto implica conocer quién pintó la Capilla Sixtina, pero no necesariamente conocer quién formuló la teoría de la gravedad.

Con el propósito de enriquecer nuestras bibliotecas con ciencia, decidí desde esta nota y las siguientes, agregar una breve recomendación de un libro de divulgación científica: En esta primera ocasión, y en línea con la nota de hoy, recomiendo “Las siete hijas de Eva” de Bryan Sykes. Este libro explora el concepto de que toda la población europea desciende de sólo siete mujeres y recrea sus posibles vidas, desde la domesticación del fuego hasta la del perro, ofreciendo una mirada accesible a diversos aspectos de la evolución humana.

Por Bernardo Bazet Lyonnet
(Lic. en Biotecnología)

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