Las emociones son una respuesta natural a la manera en que interpretamos los eventos.


Nuestras emociones son una respuesta natural a la manera en que interpretamos los eventos y circunstancias de nuestra vida. Esta interpretación, a su vez, está profundamente influenciada por el entorno en el que crecimos: nuestros padres, las escuelas, las iglesias, los amigos, los clubes. Estas influencias le dan forma a nuestro sistema de interpretación y valoración frente a los diferentes sucesos, y nos enseñan a percibir y reaccionar emocionalmente.

Desde la infancia, absorbemos la información que nos rodea y formamos un sistema de creencias y valores basado en esas experiencias. Muchas veces no somos conscientes de que nuestra manera de sentir y reaccionar ante ciertos eventos es una herencia de nuestro entorno. Es común que escuchemos quejas como “así me enseñaron” o “no soy responsable de sentirme así”. Sin embargo, reconocer que nuestras emociones provienen de estas enseñanzas es el primer paso para cambiar nuestra percepción.

Cuando descubrimos que nuestra manera de pensar (valorar) y significar los acontecimientos es la causa de nuestras emociones perturbadoras (las que nos generan conductas disfuncionales y nos llevan a boicotear nuestros objetivos), nos enfrentamos a la posibilidad de cambiar. Aunque nuestra forma de pensar y sentir fue desarrollada de manera involuntaria durante nuestra infancia y vida adulta, tenemos el poder de decidir si queremos mantener esas interpretaciones. Esta decisión es voluntaria, corre por nuestra cuenta. El pasado solo puede afectarnos en la medida en que ignoremos su impacto. Al descubrir la verdad sobre el origen de nuestra angustia, asumimos la responsabilidad de resignificar el pasado.

Las valoraciones demandantes no aparecen en nuestras vidas por arte de magia sino que las adquirimos o heredamos del medio en el que fuimos educados. A su vez, éstas pueden distorsionar nuestra percepción de la realidad y generar emociones negativas. Algunas de las distorsiones cognitivas más comunes incluyen: llegar a conclusiones sin suficiente evidencia, focalizarnos en un detalle fuera de contexto e ignorar aspectos más relevantes, generalizar a partir de hechos aislados, exagerar o infravalorar la importancia de los acontecimientos, ver las situaciones en extremos opuestos, sin considerar puntos intermedios, creer que algo malo ocurrirá en el futuro sin fundamento.

Por ejemplo:

• Sin él/ ella, yo no sé vivir.

• Si pierdo el trabajo me muero.

• Si vuelvo a recaer en la droga, significa que nunca podré salir.

• Si no duermo esta noche, el día será catastrófico.

• Si los alumnos no dejan de portarse así, voy a reventar…

• Si mi marido no me saluda, es porque tiene una amante.

• Si no logro los porcentajes de ventas que me propuse, significa que no soy tan competente.

• Si esta noche no conozco a alguien cuando salga, significa que soy un perdedor.

Estas distorsiones afectan cómo interpretamos y reaccionamos a las situaciones cotidianas. Otro caso muy común: “Mario va caminando por una vereda cuando observa que por la vereda de enfrente viene Carlos, un viejo amigo suyo. Mario se dispone a saludarlo y cuando le levanta la mano para hacerlo se da cuenta que Carlos mira su reloj sin mirarlo a él, inmediatamente Mario baja rápido el brazo y piensa, “Carlos debe estar enojado conmigo, porque no me quiso saludar”… A veces la realidad no es la que creemos, a veces interpretamos erróneamente lo que ocurre u ocurrirá.

Nuestra percepción combina la información recibida de nuestras vivencias previas para crear una interpretación final del mundo exterior. Por ejemplo, la percepción de un día soleado incluye no solo la visión del sol, sino también el calor que sentimos en nuestra piel. Las experiencias pasadas también juegan un papel crucial: si una persona ha tenido experiencias positivas jugando en el agua durante su infancia, es probable que disfrute de un día en la playa en el futuro. Sin embargo, si el agua ha sido parte de experiencias negativas, la percepción de un día en la playa puede ser tensa y desagradable.

En conclusión, reconocer y trabajar en nuestras distorsiones cognitivas es fundamental para interpretar la información de manera más realista y reducir las emociones perturbadoras. Al hacerlo, podemos liberar nuestras emociones de interpretaciones erróneas y vivir una vida más equilibrada y consciente.

La capacidad de resignificar nuestras experiencias pasadas y reinterpretar nuestros valores y creencias nos permite asumir el control de nuestras emociones y nuestras vidas. ¡Vivir mejor es posible!

-Teoría de Albert Ellis: Terapia Racional Emotiva Conductual TREC -Terapia cognitiva de Beck de Aaron Beck. Ambas forman parte del grupo de las terapias cognitivo conductual.

Por Melisa Muñoz
(Instructora en Educación Emocional)

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