“Mi cuerpo me pide correr”, me dijo mi hija hace unos días. Me generó ternura, me dio mucha risa y me llevó a pensar si escuchamos lo que nos pide nuestro cuerpo. Y si logramos percibirnos -algo que considero un desafío enorme-, ¿qué hacemos con ese registro?
Son tiempos en los que hablamos de educación emocional, de conectar con nuestro sentir, de validarlo… Considero que como adulto me desdigo todo el tiempo, en mi hacer como docente, en mi maternidad. No siempre puedo detenerme, mostrarme disponible a la escucha de ese sentir. No solo hablo de mi propia búsqueda sino de estar acompañando a los niños y niñas que tengo a mi alrededor. Y aparecen reacciones instintivas, de acallar el cuerpo para seguir. Siempre hay que seguir, siempre hay que estar en movimiento. Siempre detrás de un tiempo productivo, darle un cierre a la clase, terminar lo planificado, seguir la rutina del día.
La infancia es un todo, habita un estado de conexión plena porque no vivencia la dualidad cuerpo-mente. Busca responder al deseo, satisfacer la necesidad del momento. A nuestras infancias no las apremia el tiempo productivo, el deber ser. Nosotros, como adultos, sólo habitamos instantes en ese estado de plenitud, hablo de instantes porque muchas veces son casi imperceptibles. Son vínculos, gestos, olores, sonidos, voces que activan lo sensible, que nos conectan con el aquí y ahora. La Danza, desde muy pequeña, me conectó con ese estado, despertó mis sentidos y lo sigue haciendo.
Quiero compartirles un fragmento de Vida contemplativa, la obra del filósofo Byung-Chul Han: “El juego y la danza están completamente liberados del para-algo. Y el ornato no adorna nada. No es una ‘cosa’. Las cosas liberadas del para-algo, se tornan festivas ellas mismas. No ‘funcionan’, sino que brillan y resplandecen. De ellas brota una tranquilidad contemplativa que posibilita una pausa”.
Me permito extender esta mirada al arte en todas sus manifestaciones, ya que permanecen fuera de la funcionalidad y la utilidad, no persiguen un fin productivo. Se permiten habitar otro tiempo, transformar la realidad tangible, construir su propio sentido, abrir el juego a la fantasía, a la magia y así resplandecer. En tiempos en donde abunda la conexión que nos aleja de nuestro propio sentir, de nuestro cuerpo, reivindico el poder del arte, la capacidad de conmover.
¿Si hiciéramos que el cotidiano producir tuviera más instantes de resplandeciente vivir?
Por María Luz Iocco
(Profesora de Expresión Corporal)